Parece que últimamente el mundo de las terapias, de la salud
natural y de lo alternativo, incluso de lo espiritual, se divide en dos
fracciones muy opuestas: las nuevas energías y las antiguas o viejas energías.
Las “nuevas” se asocian con lo válido, lo máximo, lo potente,
lo que “toca”, etc.; por el contrario, las “viejas”, son sinónimo de obsoleto, lento,
inútil, inadecuado y “a erradicar”. Se utiliza incluso como algo peyorativo
cuando se dice de alguien o de algo que no está en sintonía con las “nuevas
energías”. Y a la vista de esto, no puedo evitar preguntarme varias cosas, la
primera de ellas: ¿quién decide si son de un tipo u otro? Empezando porque la
definición de energía ya es complicada en sí misma y habrá variedad de ellas,
según a quien se pregunte, si además se le añade el adjetivo calificativo
delante, aún resulta más confuso. Quizás ponemos etiquetas por afán de
identificarnos con algo, que en realidad desconocemos.
Hay multitud de mensajes canalizados, incluso cursos o
talleres que han sido transmitidos por esa vía, pues cada vez más personas
tienen esa facilidad o capacidad, y eso en sí mismo, no es malo ni bueno por
decirlo de algún modo. Y es más, la mayoría estamos captando información sin
ser conscientes, tanto si proviene de seres extracorpóreos, como del universo,
como del inconsciente colectivo, sólo que muchas veces ni siquiera nos damos
cuenta. Es más que razonable la
costumbre de cuestionarse si eso es utilizable o no para cada cual, y si
resulta práctico a la hora de aplicarlo: ¿quién puede determinar lo verdadero o
falso del contenido que se recibe? ¿Hasta qué punto es fiable, o es producto de
la mente –el cerebro humano es extraordinariamente complejo- de quien está
haciendo de canal? ¿Y cómo podemos comprobar la fuente de dicha información?
¿Quién dictamina si esa fuente está a favor del bien colectivo o todo lo
contrario? Creo que es importante que cada quién determine qué es verdad para
sí mismo, independientemente de dónde provenga la información que se recibe y
de quién la propague. La Verdad con mayúsculas, como Verdad única, de momento
queda fuera de nuestro alcance, al menos para una gran mayoría. Es casi una
prioridad, poder tomar cualquier consigna con pinzas, y dejarla reposar hasta
sentir si realmente eso tiene o no que ver con lo que somos cada uno
individualmente, como ser irrepetible, a todos los niveles.
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Se diría que ahora el reiki tal cual, ya no sirve ni es bastante,
hay que añadirle “del color”, “de la nueva era“, “del ADN”, y multitud de
nombres que desvirtúan por contraste al reiki de siempre. La energía reiki es
energía sanadora y resulta capaz, muy simple y al alcance de cualquiera,
incluso sin haber recibido las iniciaciones. Éstas consisten en explicar de qué
se trata, cómo se puede utilizar, y
facilitar una conexión que en principio todos tenemos y que, por
ignorancia –que lleva a la falta de práctica- se ha ido perdiendo o cerrando.
En realidad sólo se trata de recuperar la conexión instantánea para que esa
energía de sanación fluya adecuadamente y sin interferencias. Y con eso no
estoy diciendo que no se deba tomar cualquier grado de iniciación, sino que en
principio, todos somos poseedores de dicha capacidad de sanación desde nuestro
nacimiento, y no es nada extraño, mágico o inalcanzable, siempre cuando se den
las condiciones favorables para su activación. Cualquiera puede acceder a la
energía reiki y ésta por sí misma ya es suficiente. He elegido el reiki como
ejemplo de lo que quiero decir porque es
muy conocido, aunque este afán de aumentar, mejorar o superar con otro
nuevo, cualquier método que ya existe, se puedo extrapolar a todo tipo de
técnicas, enseñanzas, cursos, seminarios, talleres, sanaciones… Parece que se
trate de una competición para ver quién tiene la herramienta más compleja, más
especial, más efectiva, más inusual o más innovadora. En esta acelerada
escalada, nos olvidamos de que todos los caminos llevan al mismo lugar, no
importa cuál se elija; que simplemente son eso: herramientas, y en cambio se están
divulgando cada vez más como la panacea, la varita mágica que lo soluciona todo
o casi todo. Y como todos somos distintos, cada uno necesitará de una u otra
cosa según el momento en que se encuentre, tanto si es algo que ya viene de
atrás, como el último -y exótico a menudo- “descubrimiento”.
Se me ocurre el símil de la rueda: aunque sus aplicaciones y
uso hayan evolucionado con el paso de los siglos, sólo se inventó una vez, todo
lo demás ha sobrevenido después de eso, gracias a que seguramente por
casualidad, alguien o un grupo (me parece más probable que fuese lo último),
dio con esa forma y se le ocurrió que podía servir para facilitar algunas
tareas. Si ahora aparece una persona diciendo que la acaba de inventar, la
vamos a mirar atónitos, como mínimo. Soy
de la opinión de que en realidad ya está todo “inventado”, sólo que aún no ha
sido descubierto o nos ha pasado desapercibido, pero que en algún lugar (por
llamarlo de algún modo) está ya inscrita toda la información. Y que “casualmente” a veces, llega a distintas
partes del planeta al mismo tiempo, cuando no existía una conexión previa entre
las personas que la han recibido. Hay hallazgos que se han dado
simultáneamente, aunque en ocasiones se atribuyan a quién lo divulgó primero.
Y aún más, estamos cayendo en lo mismo en que se basan y
proponen los remedios alopáticos: la prisa por erradicar aquello que no está
bien o no nos gusta. Cada vez hay más aceleración y ansia en deshacerse de los problemas,
bloqueos, síntomas, molestias de cualquier tipo y condición (física o no),
dolor emocional, dolor corporal, etc. ¿Quién ha dado el pistoletazo de salida a
esa carrera desaforada que no lleva a ningún lado? ¿Es que el plazo para ser
mejor individuo o solucionar temas personales profundos con el proceso que cada
cual necesita, se extingue o tiene fecha de caducidad? La velocidad está
haciéndose la dueña de la filosofía de promoción de la salud (*), que sostienen
muchas de las nuevas terapias o métodos de reciente creación. Aunque ya no es necesario pasarse años de diván
(ni de ninguna otra cosa), parece que la solución ha de ser casi instantánea o
si no, el método ya no es eficaz.
(*) Sigo hablando a nivel genérico, sin distinguir si se
trata de la salud emocional, la física o la espiritual.
Los seres humanos en general necesitamos apoyo durante
algunos momentos de nuestras vidas, y aún así se olvida con frecuencia que la
meta no es la técnica o herramienta elegida, sino que ésta sólo facilita una
parte del camino, y que el resto depende de cada uno. Ningún curso, terapia o
ayuda, por extraordinario que sea –o que parezca- nos va a aportar nada que ya
no esté dentro de nosotros, aunque no lo sepamos reconocer todavía. Yo misma me
incluyo en el grupo de los “turistas” de las terapias: cuando no he solucionado
algo mediante una vía, he probado otra y otra más, hasta darme cuenta de que
todas me hay ayudado en algo, y que ninguna ha solventado completamente el tema
porque no pueden hacer mi parte, que naturalmente es la que resulta más difícil
de afrontar o poner en práctica. Cualquier cambio, como todo proceso, requiere
tiempo y un mínimo esfuerzo, y lo esencial es estar dispuestos a realizarlo (no
sólo el cambio, sino sobre todo, el esfuerzo que ello implica). Y desde el otro lado, he caído frecuentemente
en la tentación de acumular técnicas, en parte por creer que las que ya tenía
no eran suficientes ni cien por cien efectivas, olvidándome de que no todo
depende de un solo factor, sino que son múltiples los que intervienen en
cualquier transformación, del tipo que sea.
Todos somos maestros excepcionales y nadie es sólo un maestro
excepcional. El mejor maestro es el que sigue aprendiendo hasta el final de sus
días y no el que pretende tenerlo todo sabido. Todos tenemos mucho camino por
delante: cosas antiguas y nuevas, energías de todo tipo que nos forman y nos
mueven; somos cielo y tierra y navegamos por la vida en el mismo barco. Y todos
tenemos mucho que ofrecer al mundo desde lo sencillo, lo pequeño y lo esencial,
estando en nuestra vida como un tesoro a conservar y mejorar, antes que como
una fugaz carrera hacia la angustia, por no haber sido capaces de llegar a la
perfección.
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