domingo, 27 de enero de 2013

¿NUEVAS Y VIEJAS ENERGÍAS?



Parece que últimamente el mundo de las terapias, de la salud natural y de lo alternativo, incluso de lo espiritual, se divide en dos fracciones muy opuestas: las nuevas energías y las antiguas o viejas energías.


Las “nuevas” se asocian con lo válido, lo máximo, lo potente, lo que “toca”, etc.; por el contrario, las “viejas”, son sinónimo de obsoleto, lento, inútil, inadecuado y “a erradicar”. Se utiliza incluso como algo peyorativo cuando se dice de alguien o de algo que no está en sintonía con las “nuevas energías”. Y a la vista de esto, no puedo evitar preguntarme varias cosas, la primera de ellas: ¿quién decide si son de un tipo u otro? Empezando porque la definición de energía ya es complicada en sí misma y habrá variedad de ellas, según a quien se pregunte, si además se le añade el adjetivo calificativo delante, aún resulta más confuso. Quizás ponemos etiquetas por afán de identificarnos con algo, que en realidad desconocemos.


Hay multitud de mensajes canalizados, incluso cursos o talleres que han sido transmitidos por esa vía, pues cada vez más personas tienen esa facilidad o capacidad, y eso en sí mismo, no es malo ni bueno por decirlo de algún modo. Y es más, la mayoría estamos captando información sin ser conscientes, tanto si proviene de seres extracorpóreos, como del universo, como del inconsciente colectivo, sólo que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta.  Es más que razonable la costumbre de cuestionarse si eso es utilizable o no para cada cual, y si resulta práctico a la hora de aplicarlo: ¿quién puede determinar lo verdadero o falso del contenido que se recibe? ¿Hasta qué punto es fiable, o es producto de la mente –el cerebro humano es extraordinariamente complejo- de quien está haciendo de canal? ¿Y cómo podemos comprobar la fuente de dicha información? ¿Quién dictamina si esa fuente está a favor del bien colectivo o todo lo contrario? Creo que es importante que cada quién determine qué es verdad para sí mismo, independientemente de dónde provenga la información que se recibe y de quién la propague. La Verdad con mayúsculas, como Verdad única, de momento queda fuera de nuestro alcance, al menos para una gran mayoría. Es casi una prioridad, poder tomar cualquier consigna con pinzas, y dejarla reposar hasta sentir si realmente eso tiene o no que ver con lo que somos cada uno individualmente, como ser irrepetible, a todos los niveles.
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Se diría que ahora el reiki tal cual, ya no sirve ni es bastante, hay que añadirle “del color”, “de la nueva era“, “del ADN”, y multitud de nombres que desvirtúan por contraste al reiki de siempre. La energía reiki es energía sanadora y resulta capaz, muy simple y al alcance de cualquiera, incluso sin haber recibido las iniciaciones. Éstas consisten en explicar de qué se trata, cómo se puede utilizar, y  facilitar una conexión que en principio todos tenemos y que, por ignorancia –que lleva a la falta de práctica- se ha ido perdiendo o cerrando. En realidad sólo se trata de recuperar la conexión instantánea para que esa energía de sanación fluya adecuadamente y sin interferencias. Y con eso no estoy diciendo que no se deba tomar cualquier grado de iniciación, sino que en principio, todos somos poseedores de dicha capacidad de sanación desde nuestro nacimiento, y no es nada extraño, mágico o inalcanzable, siempre cuando se den las condiciones favorables para su activación. Cualquiera puede acceder a la energía reiki y ésta por sí misma ya es suficiente. He elegido el reiki como ejemplo de lo que quiero decir porque es  muy conocido, aunque este afán de aumentar, mejorar o superar con otro nuevo, cualquier método que ya existe, se puedo extrapolar a todo tipo de técnicas, enseñanzas, cursos, seminarios, talleres, sanaciones… Parece que se trate de una competición para ver quién tiene la herramienta más compleja, más especial, más efectiva, más inusual o más innovadora. En esta acelerada escalada, nos olvidamos de que todos los caminos llevan al mismo lugar, no importa cuál se elija; que simplemente son eso: herramientas, y en cambio se están divulgando cada vez más como la panacea, la varita mágica que lo soluciona todo o casi todo. Y como todos somos distintos, cada uno necesitará de una u otra cosa según el momento en que se encuentre, tanto si es algo que ya viene de atrás, como el último -y exótico a menudo- “descubrimiento”.

Se me ocurre el símil de la rueda: aunque sus aplicaciones y uso hayan evolucionado con el paso de los siglos, sólo se inventó una vez, todo lo demás ha sobrevenido después de eso, gracias a que seguramente por casualidad, alguien o un grupo (me parece más probable que fuese lo último), dio con esa forma y se le ocurrió que podía servir para facilitar algunas tareas. Si ahora aparece una persona diciendo que la acaba de inventar, la vamos a mirar atónitos, como mínimo.  Soy de la opinión de que en realidad ya está todo “inventado”, sólo que aún no ha sido descubierto o nos ha pasado desapercibido, pero que en algún lugar (por llamarlo de algún modo) está ya inscrita toda la información.  Y que “casualmente” a veces, llega a distintas partes del planeta al mismo tiempo, cuando no existía una conexión previa entre las personas que la han recibido. Hay hallazgos que se han dado simultáneamente, aunque en ocasiones se atribuyan a quién lo divulgó primero.


Y aún más, estamos cayendo en lo mismo en que se basan y proponen los remedios alopáticos: la prisa por erradicar aquello que no está bien o no nos gusta. Cada vez hay más aceleración y ansia en deshacerse de los problemas, bloqueos, síntomas, molestias de cualquier tipo y condición (física o no), dolor emocional, dolor corporal, etc. ¿Quién ha dado el pistoletazo de salida a esa carrera desaforada que no lleva a ningún lado? ¿Es que el plazo para ser mejor individuo o solucionar temas personales profundos con el proceso que cada cual necesita, se extingue o tiene fecha de caducidad? La velocidad está haciéndose la dueña de la filosofía de promoción de la salud (*), que sostienen muchas de las nuevas terapias o métodos de reciente creación.  Aunque ya no es necesario pasarse años de diván (ni de ninguna otra cosa), parece que la solución ha de ser casi instantánea o si no, el método ya no es eficaz.


(*) Sigo hablando a nivel genérico, sin distinguir si se trata de la salud emocional, la física o la espiritual.


Los seres humanos en general necesitamos apoyo durante algunos momentos de nuestras vidas, y aún así se olvida con frecuencia que la meta no es la técnica o herramienta elegida, sino que ésta sólo facilita una parte del camino, y que el resto depende de cada uno. Ningún curso, terapia o ayuda, por extraordinario que sea –o que parezca- nos va a aportar nada que ya no esté dentro de nosotros, aunque no lo sepamos reconocer todavía. Yo misma me incluyo en el grupo de los “turistas” de las terapias: cuando no he solucionado algo mediante una vía, he probado otra y otra más, hasta darme cuenta de que todas me hay ayudado en algo, y que ninguna ha solventado completamente el tema porque no pueden hacer mi parte, que naturalmente es la que resulta más difícil de afrontar o poner en práctica. Cualquier cambio, como todo proceso, requiere tiempo y un mínimo esfuerzo, y lo esencial es estar dispuestos a realizarlo (no sólo el cambio, sino sobre todo, el esfuerzo que ello implica).  Y desde el otro lado, he caído frecuentemente en la tentación de acumular técnicas, en parte por creer que las que ya tenía no eran suficientes ni cien por cien efectivas, olvidándome de que no todo depende de un solo factor, sino que son múltiples los que intervienen en cualquier transformación, del tipo que sea.  


Todos somos maestros excepcionales y nadie es sólo un maestro excepcional. El mejor maestro es el que sigue aprendiendo hasta el final de sus días y no el que pretende tenerlo todo sabido. Todos tenemos mucho camino por delante: cosas antiguas y nuevas, energías de todo tipo que nos forman y nos mueven; somos cielo y tierra y navegamos por la vida en el mismo barco. Y todos tenemos mucho que ofrecer al mundo desde lo sencillo, lo pequeño y lo esencial, estando en nuestra vida como un tesoro a conservar y mejorar, antes que como una fugaz carrera hacia la angustia, por no haber sido capaces de llegar a la perfección.

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